Bienvenidos al principio de la leyenda.
Estamos en 1936. En esa época, el mundo es todavía exótico y romántico, un tapiz en blanco para la aventura y los ideales ingenuos. El cine ha abrazado el sonoro y el color, y trata de reponerse de la muerte del joven genio productor Irving Thalberg (que inspiraría a F. Scott Fitzgerald su novela inconclusa The Last Tycoon), quien configuraría el star system que llenaría las pantallas de un universo de dioses y diosas contemporáneos donde había, como rezaba el slogan, más estrellas que en el cielo. En el campo de la literatura, y lo cito por su relación con el título que nos ocupa, muere Rudyard Kipling, el premio Nobel a caballo entre dos mundos, oriente y occidente.
La Gran Guerra de poco más de tres lustros antes parece lejana, pero los años veinte han desembocado en un crack económico que todavía se resiente en Estados Unidos y en el mundo. Las inquietudes e insatisfacciones sociales han llevado a la revolución soviet en Rusia y al ascenso del fascismo y el nazismo en Italia y Alemania (también, aunque se olvida a menudo, en el propio país de las barras y estrellas). Se barruntan tiempos difíciles, y en España el verano trae una larga guerra civil que durará tres años y supondrá, según los análisis, la última guerra romántica y el campo de pruebas para la nueva guerra mundial que estallará tres años más tarde.
Los cómics ignoran todo esto por su propia naturaleza familiar e infantil, pero no dejan de estar reflejando, consciente o inconscientemente, estos tiempos revueltos de personajes sencillos, tramas emocionantes, conceptos un tanto marcados por la conciencia colonialista de las razas no caucásicas como enemigas a las que combatir o almas simples a las que guiar.
Es un arte joven todavía que hace apenas siete años ha abierto las puertas a la aventura y ha desplegado su potencial creativo a nuevas temáticas. Todo está por explorar y descubrir. Los héroes, las tramas, los estilemas se van creando sobre la marcha, pura improvisación, jazz. A remolque del cine del momento y la literatura popular, a los que se acude porque quizá a los autores les dé reparo remitirse a libros más elevados.
Los cómics habían explorado ya la aventura selvática y la policial, la ciencia ficción y la fantasía. El terror quedaba muy lejano por el propio medio donde se comunicaba el mensaje, pero el aire misterioso ya lo abordaría en 1934 Lee Falk (Leon Harrison Gross, 1911-1999) en la primera de las dos series que lo llevarían al olimpo de los guionistas de historietas, título que durante muchas décadas apenas compartió solo con Dashiell Hammett, habida cuenta de que las series de cómics jamás mencionaban a los escritores, potenciando a los artistas. La serie, naturalmente, era Mandrake, el mago de salón de bigotito mefistofélico y sombrero de copa, precursor de los superpoderes de los muchos héroes que los cómics verían luego.
Veinteañero y con todo un universo por desarrollar dentro del medio, Lee Falk continuaría su viaje en la exploración y la evolución del personaje que acabaría en la creación dos años más tarde del superhombre propiamente dicho, aunque en el campo de los comic books (es decir, Superman). Pero The Phantom, la nueva creación de Falk, sin superpoderes aparentes, aunque considerado una criatura sobrehumana por sus enemigos, y enfundado en un uniforme ajustado con máscara, capucha y pistoleras (y guantes en las primeras tiras), fijaría ya la estética del (super)hombre enmascarado que configuraría a los personajes de los cómics por venir.
Se dice que las primeras tiras son obra del propio Falk, igual que lo fueron las primeras de Mandrake, aunque no pueda confirmarse ni una cosa ni la otra de una manera fehaciente. Sea como fuere, es el eficaz Ray Moore (1905-1984) quien se encarga de prestar a la serie un tono adecuadamente tenebrista que la acerca, naturaleza obliga, a lo sobrenatural. Porque The Phantom es una serie de aventuras, pero parte y se relame en los tópicos de lo ultraterreno e incluso en los trucos escénicos propios de los engaños de su hermano Mandrake.
Lo que sí puede comprobarse, al menos en el original en inglés, es que Falk quiso llamar a su personaje The Grey Ghost (El Fantasma Gris), y que desde el syndicate se prefirió o se impuso el nombre quizás más rotundo de The Phantom (no, no pregunten ustedes qué diferencia de significado espectral hay entre un término u otro). Lo cierto es que durante las primeras tiras el personaje, en inglés, es nombrado como “Ghost”, antes ya de establecerse definitivamente con el nombre que lo identifica. Curiosamente, en algún momento, antes de que unos años más tarde la serie se complementase con las entregas dominicales a color y el traje violeta, se dice que el Fantasma viste… de negro.
Nos separan 84 años de la publicación original de estas tiras diarias. Los que llegamos tarde (y, sí, estoy parafraseando una de las repetidas entradillas de la serie) hemos leído muchos tebeos ya, muchas vicisitudes narrativas, muchos quiebros argumentales, muchas sorpresas y muchas emociones. Pero, recuerden cuando dejen de leer estas letras y se sumerjan en la lucha eterna del Duende que camina contra los piratas Singh o la jamesbondiana Banda del Cielo: aquí se está inventando todo un concepto, aquí se está edificando un medio.
No lean ustedes, por tanto, estas historias como un ejercicio de arqueología, sino como un ejemplo vivo de mitopoeia. Y observen con atención cómo Falk mezclando el pulp con el folletín va construyendo poco a poco los cimientos de su mito fantasmal: del hombre misterioso que rescata in extremis a una protagonista femenina mucho más arrojada en estos inicios a como la hemos conocido luego, al juego escénico de apariciones y desapariciones, las réplicas ingeniosas y lacónicas del enmascarado, los momentos en que se preludian elementos narrativos que el propio Fantasma u otros títulos futuros aprovecharán luego (ahí tienen ustedes a nuestro héroe perseguido por la policía o zaherido por la prensa). Vean cómo se preludia (a partir, según confesión del propio Falk, de La Pimpinela Escarlata y de El Zorro) la doble personalidad de lo que luego serán Clark Kent o Tony Stark como antítesis patosa o acaudalada de sus respetivos superhéroes: se nota muy claramente, hoy, que la personalidad del Hombre Enmascarado se corresponde con la de Jimmy Wells, el atractivo y algo zángano pretendiente de Diana Palmer, cuyos comentarios y cuyo semblante indican claramente el juego de doble personalidad oculta por mor de la aventura y la justicia.
Pero Jimmy Wells desaparece con un comentario cáustico que hoy podemos interpretar como la búsqueda de una cabina telefónica desde donde iniciar la búsqueda y el rescate de la bella Diana… y que el ejercicio de improvisación día a día que supone la creación y la lectura de una tira diaria hacen que se olvide en la trama cuando la aventura se desvía al fondo del mar, la introducción de la hermandad de los Singh, el encuentro con el perro (¡no, con el lobo!) Diablo y la aparición de los pigmeos bandar, que por entonces eran aún caníbales y un poco brutos en sus métodos medicinales. Jimmy se olvida para siempre: a varias semanas de distancia por el goteo diario de publicación, ni los lectores podían recordarlo ni los hallazgos narrativos que se le van ocurriendo a Lee Falk por el camino de la aventura le permiten ya remontarse al principio de la serie y recuperar al personaje. Años más tarde, en las páginas dominicales (y por dos veces, en 1944 y 1959) Falk reharía el origen del Fantasma y presentaría la relación su alter ego Kit Walker con Diana Palmer ya desde niños, mientras que el olvidado Jimmy Wells sería recuperado nada menos que por Peter David en los comic books de The Phantom para Hermes Press en 2013, donde por fin se contaría qué había sido de él… junto con alguna otra sorpresa.
Y así, por obra y gracia de la improvisación, lo que podría haber sido una historia de dobles personalidades y juegos de máscaras se convierte en un cautivador mosaico donde el origen y la justificación de las acciones de nuestro protagonista crean una leyenda originalísima donde los lectores (y Diana y el capitán Melville Horton por una inoportuna indiscreción de la bella) están en el ajo de la superchería que encarna el descendiente de Sir Christopher Standish, que en 1525 sobrevivió a un abordaje, un naufragio y el asesinato de su padre por parte de uno de los piratas Singh sobre cuya calavera haría ese juramento shakesperiano (y Lee Falk era además de todo un hombre de teatro) que todavía hoy, más de ocho décadas después, provoca escalofríos:
¡Juro venganza contra los Singh, contra toda piratería, codicia y crueldad!
¡Juro que mientras mis descendientes caminen por la tierra, el varón primogénito de la familia continuará con mi trabajo!
Y ya no hubo marcha atrás.
Para ninguno de los descendientes del primer Fantasma… ni para millones de entusiasmados lectores de todo el mundo.
Interesante post, como siempre, aunque echo en falta alguna imagen más (es que yo soy muy visual XD), y la fecha de la entrada (que obsesión tengo con las fechas, jejeje).
Me encanta leerte, a ver si subes más posts personales en el apartado de caminante bloguero.
Besos desde «El Exilio»
Son los prólogos de los libros de Sin fronteras que dirijo. No ando yo con ánimos para caminante bloguero. Quizá cuando llegue el verano. Besos.
Estaré pendiente entonces 🙂
Besos desde el exilio