Dicen que lo creó el novelista hard-boiled Dashiell Hammett y que cobró vida en los pinceles de un juvenil Alex Raymond. Fue la repuesta de King Features Syndicate a la serie policíaca del momento, Dick Tracy, en una época en que las series de cómics tenían todas las temáticas del mundo por desarrollar y que se medían unas a otras explorando escenarios similares, enfrentando héroes selváticos (El Hombre Enmascarado o Jungle Jim como respuestas a Tarzan), paladines de la ciencia ficción (Flash Gordon al rebufo de Buck Rogers), o, en el caso que nos ocupa, agentes de la ley tan implacables y expeditivos en su forma de aplicarla que nos dicen mucho de los tiempos en que fueron creados… y de nuestros propios tiempos de ahora, donde muchos de los planteamientos de violencia y crueldad en el medio, como reflejo de la percepción del mundo real, serían hoy impensables.
Imitando a su famoso hombre sin nombre de la Continental, el duro detective enfrentado a los gángsters de Personville a golpe de metralleta de la novela Cosecha Roja (1929), Hammett introduce en las tiras diarias a un agente secreto que lleva el anonimato incluso en el nombre (de ahí la “X”), y que lo resuelve todo por la tremenda. Cuesta un poco creer que, en efecto, fuera Dashiell Hammett quien escribió aquellas primeras historias del personaje, pero el syndicate así lo publicitó en detrimento de quien le daba forma artística y que, con un ritmo de trabajo y una calidad en ascenso impresionantes, se haría también cargo de otras dos series en entregas dominicales: Flash Gordon y Jungle Jim. No sería descabellado suponer que Alex Raymond, el dibujante que se convertiría en leyenda del medio, se sintiera un poco plato de segunda mesa en el título del agente secreto, pues el crédito se atribuía al novelista, pero el caso es que Hammett solo realizó los guiones de cuatro de las aventuras del hombre sin nombre del FBI (“Dexter” mintió en alguna ocasión que se llamaba), y en abril de 1935 abandonaría la serie. Su sustituto en los guiones fue un hombre de la casa, Don Moore, que escribía sin firmar (quizá porque los argumentos eran del propio Raymond y él se simplemente rellenaba los bocadillos con palabras), las ya mencionadas Jungle Jim y Flash Gordon. Sin embargo, el truco publicitario de dar “empaque” a la historieta atrayendo a un novelista popular se repite apenas unos meses más tarde, después de que Don Moore guionice solo dos historias, y esta vez es Leslie Charteris el encargado de ponerse al frente de las historias. Charteris ya era un autor conocido por su serie de novelas protagonizadas por Simon Templar, alias “el Santo” (por sus iniciales S.T.).
Entrando de nuevo en el terreno de la especulación, es posible que la nueva decisión del syndicate no hiciera mucha gracia a Alex Raymond, a quien uno imagina tocado por la adecuada concepción de su genialidad artística, y apenas terminada la primera historia escrita por Charteris abandona también a X-9 para dedicarse a su planeta Mongo y sus selvas del lejano oriente. Dashiell Hammett escribió, por tanto, cuatro historias (desde su inicio el 22 de enero de 1934 hasta el 20 de abril de 1935) y Raymond dibujó siete (desde el comienzo hasta el 16 de noviembre de 1935, no llega a dos años). Que Raymond se quedó con las ganas de seguir explorando el mundo policial lo demuestra el hecho de que, a su regreso de la Segunda Guerra Mundial, incidiera en la creación de otro detective, este mucho más realista que X-9, Rip Kirby (serie que, como la de nuestro agente secreto, jamás tuvo página dominical).
El sustituto de Alex Raymond fue Charles Flanders (hasta abril de 1938), quien a su vez sería sustituido por Nicholas Afonsky (de abril a diciembre de 1938), para caer en los pinceles de Austin Briggs (hasta mediados de 1940). Briggs, que trabajara como ayudante de Raymond en Flash Gordon y Jungle Jim, fue el encargado de sustituirlo en estas dos series, por lo que se vio obligado a ceder su (magnífico) trabajo en X-9 a Mel Graff. Y mal no debió de hacerlo Graff, que por fin aportó a la serie la estabilidad de un dibujante: estuvo al frente de X-9 hasta 1960. Veinte años, que se dice pronto.
Los guiones, por su parte, habían pasado del breve interludio de Leslie Charteris (apenas seis meses) a las de “Robert Storm”; en realidad, un “nombre” de la casa bajo el que podemos suponer que colaboraron multitud de distintos redactores desconocidos. Graff comienza su andadura en X-9 Agente Secreto con los guiones de “Storm” y poco después de Max Trell, pero ya en 1942 se hizo cargo también de la escritura de la serie, convirtiéndose en autor completo… y qué autor.
Graff aporta un estilo claro y directo, heredero de Milton Caniff y Noel Sickles, de quienes se va alejando progresivamente cuando a los contrastes absolutos entre blanco y negro suma unos interesantes tramados de gris que remiten a otro gigante de la época, Roy Crane, el autor a recuperar (o más bien a descubrir) de Wash Tubbs, Captain Easy y Buz Sawyer.
La etapa de X-9 que presentamos a partir de este libro nos retrotrae a poco antes de que los Estados Unidos entren en la Segunda Guerra Mundial. Leyendo desde la perspectiva que nos dan ochenta y pico años, en esta serie se nota muy claramente cómo el ambiente pre-bélico tiene preocupada e incluso atemorizada a la sociedad norteamericana. X-9 y su inseparable y simpático compañero “Wild” Bill están en el elemento para el que han nacido: ya no persiguen a delincuentes ni mafiosos, sino que la sombra del espionaje de otras potencias se proyecta en sus misiones. Y es sintomático leer estas aventuras donde, por no declararse abiertamente en contra de “las dictaduras” (como ya hemos visto en otros tomos de Sin Fronteras de la época: vean Jungle Jim, Flash Gordon o la alusión a los “invasores” que no pueden ser identificados como japoneses en Terry y los piratas), el guionista recurre a artificios de lenguaje y a no nombrar claramente contra quiénes e incluso dónde actúa X-9 (vean ustedes su viaje a un Berlín que no se nombre, pero donde los carteles en segundo plano están escritos en alemán y con la letra gótica característica), hasta que, ya en las últimas páginas de este tomo, se puede llamar a los nazis por su nombre, y a Adolf y Benito por los suyos.
Quien sigue sin tener nombre, claro, es X-9. Extraña un tanto, sí. En un mundo donde a menudo actúan encubiertos, el bueno de “Wild” Bill, un tanto bocazas siempre, no para de llamar a su compañero por su clave, algo que nos chirría mucho hoy, y que debió de chirriar también al propio Mel Graff, ya que poco después, cuando la autoría es plenamente suya ya, como todos sabemos, “bautizaría” por fin a su personaje como Phil Corrigan, el nombre que ha quedado ya en el imaginario colectivo de los lectores (y que, como sabemos también, acabaría por ser el nombre de la serie ya en manos de Archie Goodwin y Al Williamson a finales de los años sesenta). Graff bautiza al personaje con una leve variante del nombre de uno de los personajes secundarios de su serie anterior, Phil Cardigan, de The Adventures of Patsy.
Pasen ustedes y lean: Una serie con un autor ya plenamente formado y que va a más. Nada es lo que parece y, sobre todo, nadie es lo que parece. Los vericuetos que va tomando la trama son imposibles de adivinar. Espías de potencias extranjeras, mujeres fatales que nunca sabemos si son aliadas o enemigas, planes que se desbaratan solos, un X-9 que es mucho más activo y hasta simpático que el que hemos conocido en años posteriores. Enamoradizo, pero bajo control, apenas usa la violencia como hizo en el pasado. No tiene vida privada…. de momento. En el futuro le esperan Hilda, Wilda, una personalidad civil, y más y mejores aventuras. Y trenes. Muchos trenes. Nadie ha dibujado mejor los trenes que Mel Graff.
Sí, ya lo dijo el llorado Francisco Tadeo Juan: la de Mel Graff es sin ninguna duda la mejor etapa de X-9…