La publicación de cómics en nuestro país tiene desde siempre tres carencias: la primera y más grave es, sin duda, la falta de una industria autóctona que pueda competir con lo que nos viene de fuera, que es mucho, variado, en ocasiones de calidad y contra lo que nadie puede luchar. Es más barato, y repercutirá mejor en los bolsillos de la editorial de turno, publicar a Frank Miller (aunque sea en la enésima versión) que a Pedro Martínez. Contra eso, ay, me temo que poco puede hacerse. Nos congratulamos todos del éxito de tantos autores españoles en Estados Unidos o Europa… y olvidamos que ese trabajo que hacen (calidad aparte, que hay quien la tiene), suele ser alimenticio y no puede sumar como «tebeo español».
El segundo handicap con el que nos topamos es la traducción. Hoy en día sabe inglés cualquiera. Antaño, sabían inglés (hasta donde sabían) unos pocos. Saber inglés, ojo, no significa saber traducir del inglés. No significa, y ahí está la madre del cordero, saber español (o castellano, como ustedes prefieran). Ya en los años ochenta, cuando empecé a comprar comic-books americanos y me dio por comparar con las ediciones que meses más tarde se publicaban en España me llevé las manos a la cabeza: Dios de mi vida, los personajes no decían lo mismo. Spider-Man nunca dijo «demasié pal body». Ni, por supuesto, el Halcón (hoy Falcon) jamás exclamó lo del jamón con chorreras.
Los traductores de cómics, desde tiempo inmemorial, han escrito o reescrito los tebeos a su antojo o en la medida de sus posibilidades. Cosa que antes les quedaba aparente pero que hoy, cuando todo el mundo tiene amazon o cbrs piratas a su alcance, resulta fácil de comprobar.
Durante demasiado tiempo, y todavía hoy, se tira por la calle de en medio. Sacrificando no solo los matices de la narración escrita (alterando la «banda sonora», como si dijéramos), sino despreciando olímpicamente la segunda e importantísima rueda de la creación de los tebeos: el guionista. Lo que hemos leído durante muchísimos años no suele ser lo que originalmente se pretendió que se dijera: por impericia, por prisas, por un exceso de simplificación de la labor implícita de simplificación y facilitación que debe ser el oficio del traductor.
Recuerden aquella viñeta de «La hija del gigante helado» (hoy «Hija del gigante escarchado», pero qué vamos a pedir de un Conan que hasta dice «mecagüen» en vez de por Crom). En una historia que hoy sería impensable porque es ni más ni menos que un intento de violación, el bárbaro cimmerio agarra a la chica y, mientras trata de forzarla, dice algo así como «Tu piel es fría como el hielo, pero yo la calentaré con el fuego de mis besos». En la edición pocket brugueriana, más lacónico o más salido, Conan simplemente decía «Ven».
Lo cual nos lleva al tercer gran defecto de la edición de tebeos en España: lo difícil que es encajar lo traducido con el espacio que dejan los bocadillos o las cartelas. Hay varias opciones: ampliar el bocadillo y la cartela y comerse dibujo o cargarse, ya digo, el trabajo del guionista, que no tiene por qué ser precisamente William Shakespeare pero que quiso decir lo que dijo y no dejamos que lo diga. Para que quepa, claro. Y así los tebeos quedan aún más pobres, más ridículos, más infantiles.
Hay otra opción y hoy se puede hacer más fácilmente, ya que no se rotula a mano, sino con fuente infográfica: reducir el tamaño de letra cuando sea menester. Y, en la medida de lo posible, porque la rotulación original forma también parte del dibujo o al menos de la estética general de la página (ahí tienen ustedes la bella rotulación ni siquiera intentada jamás de reproducir de Gir/Moebius), procurar que la letra elegida sea la misma o se le parezca. Manuel Caldas ya lo hizo, con éxito, en su publicación de Príncipe Valiente, donde hasta el espacio de la traducción, con la letra original, tuvo una localización similar a la original.
Ahora, por desgracia, lo que se lleva es trasladar simplemente el texto al interior del bocadillo, centradito, que no moleste en los bordes del globo. Pero, ay, un bocadillo no es un folio. Un bocadillo es ni más ni menos que «el aliento solidificado del personaje», como se dijo en su día. Lo que dice ese personaje, además, se dice con distintos tipos de letras, con subrayados, con negritas, para expresar unos sonidos que no son todos similares. La moda estúpida de centrar los textos reduce el impacto visual, dificulta la lectura.
Otro día si quieren hablamos de cómo rotulista, traductor, restaurador tienen las tarifas bloqueadas, o a la baja, desde hace más de treinta años.
Lo de las traducciones me imagino que además contará que al cambiar de publisher el texto original no se puede volver a poner tal cual. Esto puede dar pie a que, ya que estamos, se arreglen cosas pero también que se empobrezca el texto. Y dado que últimamente se recorta de todos lados, las traducciones y los correctores no son una excepción.
Un ejemplo tonto que no me quito de la cabeza como podría decir muchos otros: el año pasado Panini redita Excalibur en los tomos recopilatorios que ya todos conocemos. Hay una escena del nº3 que a mi siempre me hizo mucha gracia porque es una conversación que fluye muy natural. Está Rondador Nocturno jugueteando con Meegan y en un momento dado la lanza al aire, da una pirueta y se prepara para recogerla alargando los brazos pero… la gachí no cae. El bicho mira a todos lados y la descubre levitando sobre su cabeza «¡No vale volar!» «¿Ah no? qué cara más dura tienes» y se enfrascan en una guerra de cosquillas. En la nueva traducción «‘¡Vuelas! ¡No es justo!» (traducción literal) «¿Que no es justo? Qué cara dura después…» (traducción literal + frase cortada que continúa en otro bocadillo donde cabía perfectamente la palabra de enlace). Y así con todo. Sí, ahora Rondador Nocturno dice palabras en alemán y se pillan más referencias que antes no se traducían pero se abusa de usar demasiado la literalidad y cambiar el ritmo de lectura. Manías de viejo, supongo.
Echo en falta la fecha y la hora de las entradas, quizá sea una tontería.