Es un misterio. Incluso para mí, que en teoría llevo las riendas cuando me pongo manos a las teclas. Esto de escribir, digo.
No tiene demasiado mérito. Uno escribe porque en el fondo no sabe hacer otra cosa, porque las horas cortas se harían largas si (solo) me dedicara a leer, o ver la tele, o a dar esos largos paseos que tengo que recuperar. Te pones delante del ordenador, tonteas, pierdes el tiempo, vuelves a tontear, miras mil veces el correo, contestas de vez en cuando. Y luego, si hay suerte, si estás en racha, si se te apetece o algo de fuera que no sabes situar te obliga, escribes.
No hay otra cosa en escribir un libro. Te lo piensas, o no, y escribes. Tacita a tacita. Un folio sigue a otro folio. Lo rompes si no te fías. O lo abandonas. O, si tienes suerte e insistes y te puede el ego, lo das por bueno. Cuando me preguntan por qué escribo no entiendo nunca la pregunta. Porque no puedo imaginar por qué no escribe todo el mundo… aunque en el fondo me queje de que hoy en día escriba todo el mundo. Ustedes me entienden.
El año pasado por esta época yo estaba felizmente enfrascado (bueno, no tan felizmente) en una nueva novela. Ciencia ficción, a mis años. Viajes en el tiempo. William Shakespeare y el teatro isabelino. Lo más difícil, creo, a lo que me he enfrentado nunca. Mil títulos en el centenar de páginas que llevo y aún ninguno definitivo. Con varios puntos de vista, y con cada punto de vista con un estilo distinto (o, al menos, con unos manierismos distintos), aparte de la complejidad temática es lo más difícil que me haya dado por escribir. No me está quedando mal, por cierto. Pero claro, es que a mí siempre me puede el ego.
Pasamos a dentro de unos meses, o a hace unos meses. Día del libro. Juaki Revuelta me invita a su instituto en San Fernando a dar una charla a sus chavales. Voy encantado. Supongo que se me notan las tablas y que, pese a mi ego, no me tomo a mí mismo demasiado en serio. Perro viejo, noto quién está interesado. Quién dibuja, quién escribe, quién sueña, a sus años, con lo mismo que yo soñaba cuando tenía sus años. Dos horas y pico.
Y entonces Juaki me hace la pregunta del millón. Él sabe perfectamente que ya he tocado personajes de la literatura o la historia (El Cid, Don Juan Tenorio, Hamlet), pero suelta la pregunta igualmente. Qué personaje de la literatura universal me hubiera gustado tratar.
Y sin pensarlo siquiera, como si siempre hubiera estado dando aldabonazos en algún rincón de mi cerebro, la respuesta: Odiseo.
Cuando vuelvo a casa conduciendo bajo la lluvia, con el propio Juaki de copiloto (no sé si nota que de pronto tengo la cabeza en otra parte), me voy diciendo por qué no. Sí, por qué no.
Y llego a casa y esa misma tarde (o la tarde siguiente, para el caso) dejo aparcada mi novela de ciencia ficción, a mis años, y de viajes en el tiempo, y escribo las primeras líneas:
Espero porque sé que un día vendrás. Espero porque no he visto tu fantasma en sueños. Estás lejos, perdido en los mares, cautivo de piratas o encadenado por reinas, juguete de magos o de diosas casquivanas, pero sé que piensas en mí. Como yo, cada noche, pienso en ti. Cuando miro la luna, veo tu cara, aunque del cielo hayan desaparecido las estrellas. Cuando miras su reflejo en las olas, sabe que con ellas navega mi paciencia. Ítaca. Ítaca. Aquí te espera, Odiseo. Aquí te espero, esposo mío. No tardes, pero no corras. De nada sirve la prisa si al final no hay buen camino.
Es la voz de Penélope, que acompañará a la voz de Odiseo, quien nos contará su historia, sus peripecias y sus ardides. Como tengo la música (las músicas) en la cabeza desde el principio, pienso que solo es cuestión de teclear. A fin de cuentas, sé lo que va a pasar… aunque sé también que lo que va a pasar no es tal como lo contaron los Homeros o sus herederos. Tengo que explicarme a mí mismo la leyenda, contar cosas de otra manera, escribir para mí y para los lectores de hoy, y ser al mismo tiempo fiel y respetuoso con la historia tal como la conocemos.
Sigo el viejo consejo de Ray Bradbury: tres folios al día. Y eso hago. Dos, tres folios. A veces alguno más. Nueve meses de trabajo (¿de trabajo? ¡Quiá!) y cuando pienso que el libro me va a tener enfrascado hasta mayo, llegan los primeros días de diciembre y lo termino. A dos páginas de las 700.
A la espera ahora, a ver quién me lo publica. O, tal vez, si se publica siquiera. El título definitivo se impuso bastante avanzada ya la narración: ODISEO REY.
A la espera ando, mientras busco otra historia, otro libro que me acompañe y me entretenga a mí el primero.
Ya les mantendré informados.
Gracias por lo que me toca 😉
Esperemos que la novela llegue también a Itaca y podamos degustarla. Aquí un fan de la mitología griega vía Harryhausen 🙂