Se publica estos días, en México y para toda América Latina, mi novela Juglar, rebautizada para la ocasión como Mío Cid, el juglar y la magia. Acaba de llegarme a casa, y no puedo evitar el ritual de abrir el envío, olerlo, manosearlo. Y leer algún párrafo disperso.
Ha pasado tanto tiempo desde que lo escribí (en 2006, nada menos), que no reconozco ni recuerdo los párrafos, ni lo que pasa en la novela, o al menos el orden en el que pasan las cosas en la novela. Me suele suceder: escribo y olvido. Máxime cuando son libros, como este, que están escritos, como me dijeron una vez, «en estado de gracia». O, como yo prefiero decir, por alguien que toma mis manos y mis teclas y escribe a través de mí una novela de la que soy el primer lector. Ya he dicho en otra parte que no siempre soy consciente de llevar las riendas de lo que escribo.
En mi, llamémosla «carrera» literaria, he probado muchos géneros y me he reinventado varias veces. Esta novela es un ejemplo característico y, para bien o para mal, marcó el rumbo del resto de mi carrera. No porque fuera un best seller, que no lo fue, sino porque me puso en un rumbo temático y literario que nunca había probado y en el que me sentí cómodo: la novela histórica. En este caso, mezclándola con elementos fantásticos y con las leyendas medievales de la vieja piel de toro, casi en oposición al fantástico de dioses del norte y bárbaros rubios.
Me dijeron en su día, y quizás no se equivocaron, que la novela me había quedado corta. Es lo que tiene dejar un final más o menos abierto. Poco sabía yo que las aventuras de Esteban de Sopetrán, Estebanillo, el Truhán, continuarían luego, casi de extranjis, en otros libros míos: Don Juan o Memento Mori, donde el personaje aparece y desaparece sin ser identificado por su nombre. El lector, en el hipotético caso de que lo haya, solo tiene que atar cabos y buscar pistas. Uno es así de raro.
Me gusta este libro. Durante mucho tiempo, hasta que llegó Don Juan (y ahora, quizás, Odiseo Rey) fue mi favorito. Me gusta esa mezcla de picaresca y épica, de héroe y antihéroe, de sangre y poesía.
Escribir en estado de gracia, qué bonito. Ojalá que encuentre al otro lado del charco, en esos países hermanos, lectores que lo lean y lo disfruten con el mismo embeleso con el que yo fui escribiéndolo.