EL FUTURO QUE YA FUE (FLASH GORDON DE DAN BARRY)

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El futuro llegó con dos hongos atómicos.

Fue el colofón de una guerra mundial, la más terrible de la historia, la que recompuso el mapa geopolítico, aupó a Estados Unidos a la cabeza de eso que se llamó el “mundo libre” y creó enemigos jurados de los que hasta pocos meses atrás habían sido aliados en la lucha contra el nazismo y el imperio nipón. Todo el romanticismo de los años treinta voló con aquellas dos nubes de fuego. La tecnología dio paso al horror. Quizás, por primera vez en la historia, la humanidad tuvo miedo de adónde podía conducirnos la lucha desaforada entre las potencias. Había estallado la guerra fría.

El 24 de junio de 1947 la especulación sobre el futuro vino a dar razón a la vilipendiada subliteratura de ciencia ficción. A bordo de su avioneta CallAir A-2, el piloto Kenneth Arnold avistó nueve extrañas máquinas volando en formación cerca del monte Rainier, en Washington, cuando buscaba un avión militar extraviado. Describió aquellos brillantes objetos de movimientos imposiblemente veloces como “platos lanzados contra el agua”. Fue la primera aparición registrada del fenómeno OVNI, los “platillos volantes” que inmediatamente saltarían a la cultura popular.

El futuro se puso de moda. El astronauta comenzó su lento pero inexorable derribo del héroe norteamericano por antonomasia, el vaquero venido de ninguna parte. El destino manifiesto se había cumplido ya. El espacio iba a ser la última frontera.

La carrera espacial como tal no comenzaría hasta 1957, y cuando lo hiciera Estados Unidos partiría con varias cabezas de desventaja. Pero la pax americana se tradujo en una economía boyante, en el famoso “baby boom” y en la llegada de la televisión. Inspirándose en la novela “Space Cadet” del gran Robert Anson Heinlein, en libros, radio y televisión aparecería Tom Corbett, Space Cadet, que pronto tendría su adaptación a la tira para los periódicos y el comic book. En la misma onda aparecerían las series Strange Adventures y Mystery in Space de DC Comics.

La agencia que más había logrado implantarse en Europa y América del Sur tras la contienda, King Features Syndicate, no permaneció mucho tiempo cruzada de brazos ante la nueva moda. Para ellos, como para casi todos, el héroe por antonomasia de la ciencia ficción en los cómics era de su propiedad: Flash Gordon. La dominical iniciada por Alex Raymond en 1934 no era, estrictamente, ciencia ficción, sino una fantasía heroica. Los continuadores de Alex Raymond, Austin Briggs y ahora Mac Raboy no habían sabido despegar del todo de esa visión de los cohetes y las espadas que hizo, en la estética de Raymond, que la serie fuera tan atractiva.

Un intento de compatibilizar páginas dominicales con tiras diarias se clausuró a los dos años, cuando Austin Briggs pasó a encargarse de las dominicales. Ward Greene (1893-1956) y Sylvan Byck (1904-1982), director editorial y asistente de King Features Syndicate, plantearon resucitar la tira diaria, poniéndola al día para los tiempos, y se fijaron en Dan Barry (1923-1997), que ya había realizado para los comic books títulos como Air Boy o Doc Savage, había sido ayudante de Burne Hogarth en las tiras diarias de Tarzan y entre 1947 y 1948 había dibujado las aventuras del hombre-mono.

Cualquier otro dibujante habría saltado ante la idea de encargarse de una tira de renombre, un verdadero clásico. Pero a Barry, al principio, no le apasionó la idea. Vivía bien con sus otros proyectos de cómics educativos y publicitarios, soñaba con ser pintor, y Flash Gordon no le había atraído nunca como personaje más allá del arte de Alex Raymond.

Una situación personal fue lo que, a la postre, lo llevó a aceptar el reto: el divorcio de su esposa y los dos hijos que quedarían a su cargo. Estamos hablando de los años cincuenta, cuando para una familia judía conservadora esa situación podía ser auténticamente traumática. Barry aceptó la serie porque al menos le aseguraba unos ingresos fijos. Aunque en ocasiones de quejó del sueldo, lo cierto es que aguantó en el título casi cuarenta años… pese a que tardara veinte en conseguir un aumento (circunstancia que, bromeando, el propio Barry achacaba a que criticó duramente los guiones de Rip Kirby ante Sylvan Byck… sin saber que el ayudante de editor era precisamente el anónimo guionista de esa serie).

Fuera como fuese, Dan Barry aceptó el desafío de ponerse los zapatos de Alex Raymond, remozar la tira de arriba abajo, ponerla al día y convertirla en ciencia ficción moderna… y además tuvo carta blanca para hacerlo.

De entrada, acorde con los tiempos, digno estudioso del tempo narrativo de la tira tal como la habían concebido y revolucionado autores como Milton Caniff, Frank Robbins o el propio Alex Raymond, Barry ofrece una narración poderosa, un juego narrativo que alterna las explicaciones pseudocientíficas, los gadgets ad hoc y el regusto por la máquina y la tecnología con figuras hermosas y personajes que acercan a la serie al realismo.

Es un lavado de cara en toda regla, el primer reboot de la historia de los cómics. Flash Gordon y Dale Arden casi parecen continuar la aventura diaria donde los dejó colgados Austin Briggs: si aquellas historias terminaron con el regreso a la Tierra, estas comienzan con una partida de la Tierra. Flash ya no es jugador de polo ni aventurero sideral, sino capitán de una nave ostentosamente llamada “Pionero Planetario”, una especie de James Tiberius Kirk con varios hombres y una enamorada a su cargo. Su misión: explorar Júpiter. El texto que acompaña a la primera viñeta parece remitir, mucho se ha dicho, al “verano del cohete” con el que Ray Bradbury iniciara sus Crónicas marcianas, pero el Marte bradburiano y sus canales y sus razas extintas no aparecería como tal en la serie hasta una década y pico más tarde.

La aventura, que podría haber sido pausada como pausados sabemos que son los vuelos espaciales, se decanta inmediatamente por la aventura con la inevitable avería y la llegada in extremis a una prisión espacial donde, durante varias semanas, la serie se convertirá en una historia carcelaria con reclusos y rehenes y el retrato de presidiarios y hampones incide en la visión naturalista de los personajes. Potenciada por el ambiente futurista, bien podría haber sido una aventura policial. Eso salimos todos ganando.

Barry confiesa que improvisaba las historias, sin seguir un guion previo estructurado y planeado, cosa que no explica, sin embargo, que el doctor Zarkov no aparezca durante tantísimo tiempo en la serie (hasta la última viñeta de este libro, por si quieren ustedes ir a comprobarlo), para que el físico condenado-pero-bueno Bill Kent ocupe su puesto.

El esfuerzo de escribir y dibujar (volveremos a eso luego) la tira y compaginarlo con sus otros trabajos hace que Barry necesite la ayuda de un guionista. La encuentra en Harvey Kurtzman (1924-1993), joven prodigio a quien tampoco gustaba Flash Gordon (lo llegó a acusar de “pornografía” y de ser leído solo en la intimidad del cuarto de baño, cosa que escandalizó a Barry, quien sostuvo —pecado de juventud—, que nunca le parecieron hermosas las mujeres de Raymond aunque sí las de Caniff).

Harvey Kurtzman, confiesa Barry, era muy bueno y lo sabía. Su entrada en la tira se produce justo en el momento en que Flash se enfrenta al monstruo de los hielos en el anfiteatro, con el símil taurino y todo, y dura poco más de un año: hasta el final de la historia de la caja del tiempo del señor Murlin.

No llegaron a entenderse del todo. Kurtzman era un autor visual que entregaba sus guiones con bocetos muy esquemáticos, pero con ritmo y encuadres clarísimos, y eso no gustaba a Barry, que se veía constreñido por la visión del otro. Lo mismo le sucedió a Kurtzman, en peor, cuando se encargó brevemente de guionizar las páginas dominicales de Flash Gordon para Mac Raboy, quien puso el grito en el cielo también y lo despidió al poco tiempo. Otros destinos más gloriosos esperaban a Kurtzman, pero su huella en Flash Gordon marcaría el devenir de la serie.

Si Barry quiso huir de la estructura temática de Raymond, Kurtzman arrastra al personaje hacia ella: la inevitable reina posesiva que encarna esa Dragon Lady de los hielos que es Marla, el pretendiente al trono brutal y enemigo del héroe, los celos de Dale, la impasibilidad de un protagonista que, aunque es mucho más humano (observen ustedes el ojo a la funerala que luce durante mucho tiempo el rubio Flash), sigue siendo casto y puro. Kurtzman intenta como sátira incluir una serie de hombres animalescos tan caros al título, pero la fugaz aparición y la partida de los hombres-mariposa suponen uno de los momentos líricos más bellos de toda la historia de la tira.

De nuevo en solitario, y a la espera de nuevos guionistas y explorando nuevos caminos, Dan Barry recupera al juvenil sidekick Ray Carson (dicen que el propio hijo de Barry “posó” para el personaje, pero su aspecto físico es idéntico al del Captain Marvel Junior que había hecho popular a su compañero Mac Raboy en las dominicales), una especie de Rick Jones adelantado diez años al personaje Marvel (y hay mucho de lo que luego será Marvel en estas tiras… incluyendo a dibujantes y entintadores), y los reúne con un puñado de chicos del espacio en una aventura larga donde las necesidades narrativas, que ya habían logrado desembarazarse de los cohetes, introducen el concepto de los poderes psíquicos.

La influencia de Raymond se soterra de tal modo que se olvida al momento. Se nota más el estilo narrativo de Milton Caniff (los nativos de Zoran bien podrían ser los piratas de río de Terry y los piratas) y los referentes físicos (Murlin, los monstruos del bosque terrorífico) y medievales apuntan claramente a Harold Foster. La serie introduce además momentos de claro regusto cinematográfico (la escena de la muerte del mizard o el acercamiento a Flash cuando contempla el ejército desde la muralla o dispara y se le acaba la carga de rayos de su pistola), al tiempo que recurre a elementos fantacientíficos más o menos verosímiles e incluye el gran acierto, en las viñetas finales, de una voz en off que se dirige a los personajes en segunda persona, advirtiendo lo que va a sucederles en la tira siguiente.

Vistas siempre en ediciones troqueladas, censuradas, insuficientemente reproducidas o recubiertas de color inapropiado, estas historias de un futuro tal como se creía que sería el futuro en el pasado nos descubren ahora con mayor claridad cuántos lápices y cuántos pinceles hay detrás de las viñetas. Dan Barry se quejaría del poco sueldo que cobraba, pero o bien exagera o de cualquier forma fue suficiente para poder permitirse tener a su lado a un puñado de colaboradores que le echaron una mano en las historias, donde se aprecian leves diferencias de estilo. Gente de la talla de Jack Davis, Frank Frazetta, Al Williamson, Fred Kida o el propio hermano de Barry, Syd, alternan lápices y tintas en estas historias, componiendo una especie de taller bajo la batuta de un Dan Barry que pronto recurrió a otros guionistas de primera fila, en especial al gran novelista Harry Harrison, y se marchó a vivir a Europa donde, delegado su trabajo entre tantos, pudo permitirse el lujo de vivir a sus anchas y dedicarse a la pasión de la pintura.

Dan Barry marcó los cómics de la década de los años cincuenta hasta el estallido creativo de Jack Kirby en Marvel quince años más tarde, y su reboot de Flash Gordon señalaría la pauta para DC Cómics cuando esta inventara la versión sesentera de The Flash o Green Lantern, relegando a los héroes clásicos a “Tierra 2” con autores como Carmine Infantino o Gil Kane, seguidores entonces de su estilo.

Si Alex Raymond creó al personaje y una estética que todavía perdura en el imaginario colectivo, es Dan Barry quien lo dota, durante al menos doce años, de las historias mejor contadas, menos caprichosas, más divertidas y recordadas: echen ustedes cuenta: el trompo del tiempo, el bebé marciano, la invasión de los skorpi, el encuentro en la Luna con la perra Laika, el casino espacial, los icebergs del cinturón de asteroides, el regreso a Mongo y el enfrentamiento con el nuevo Ming…

El futuro de nuestro ayer llegó a los cómics y se llamó de nuevo Flash Gordon.

 

 

 

 

 

 

Sobre el Autor

Rafael Marin

RAFAEL MARÍN (Cádiz, 1959) es profesor, escritor, traductor, guionista y teórico de historieta. Ha publicado más de treinta libros en diversos géneros: Lágrimas de luz y Mundo de dioses en la ciencia ficción; La leyenda del Navegante en la fantasía épica; La ciudad enmascarada, Ora Pro Nobis y Memento Mori en el terror; Detective sin licencia, Lona de tinieblas, Elemental querido Chaplin en el policial; El anillo en el agua y El niño de Samarcanda en la memoria biográfica; Las campanas de Almanzor, Juglar, Victoria, Don Juan y Elsinor en la novela histórica.

Es autor de antologías como Unicornios sin cabeza, El centauro de piedra, Piel de Fantasma o Son de piedra y otros relatos. Entre sus libros de ensayo destacan Hal Foster: una épica postromántica; W de Watchmen y Marvel: Crónica de una época.

Odiseo Rey es su última novela.

Un Comentario

  • Los Skorpi, los antepasados de los Skrulls, de los fantasmas del espacio de ROM y descendientes a su vez de los camaleonicos hombres-serpiente del Rey Kull de Howard.

    Con su Barón Dak-Tula como emulo del Barón Rojo histórico (Enemy Ace para DC).

    Siempre me llamó la atención que empezaron siendo parecidos a insectos pero luego se quedaron en vampiros con antenas y ojos con facetas.
    Ventajas de poder adoptar cualquier forma: de hombre, mujer, perro , robot…
    Y esos 3 corazones latiendo, que eran el punto débil de sus disfraces , por ahí los pillaban Flash y Zarkov.
    Mis antagonistas favoritos después de Ming.

    https://i.ebayimg.com/images/g/-5gAAOSwgGFac4gw/s-l1600.jpg

Rafael Marin

RAFAEL MARÍN (Cádiz, 1959) es profesor, escritor, traductor, guionista y teórico de historieta. Ha publicado más de treinta libros en diversos géneros: Lágrimas de luz y Mundo de dioses en la ciencia ficción; La leyenda del Navegante en la fantasía épica; La ciudad enmascarada, Ora Pro Nobis y Memento Mori en el terror; Detective sin licencia, Lona de tinieblas, Elemental querido Chaplin en el policial; El anillo en el agua y El niño de Samarcanda en la memoria biográfica; Las campanas de Almanzor, Juglar, Victoria, Don Juan y Elsinor en la novela histórica.

Es autor de antologías como Unicornios sin cabeza, El centauro de piedra, Piel de Fantasma o Son de piedra y otros relatos. Entre sus libros de ensayo destacan Hal Foster: una épica postromántica; W de Watchmen y Marvel: Crónica de una época.

Odiseo Rey es su última novela.